13 de enero de 2016

Boom.

Cerró los ojos y respiró profundo. Pero nada salió, estaba hueco.
Dentro no había nada, nada útil, nada relevante, solo aire. Y suspiró empujándolo de su interior. Intentó llenarse de algún modo, leyó un par de páginas y pensó que era suficiente. Se sorprendió al ver que las letras resbalaban por su garganta y que no era capaz de retenerlas en su interior. Una vez más vacío. Una vez más, en vano.

Y algo corría por su mejilla, no se atrevió a comprobar si era negra o transparente.

Dos agujeros a cada lado, cada vez más hundidos.
¿Qué? ¿Qué se te escapa?
Polvo bailaba a su alrededor, vacilante, destinando al olvido, a la causa perdida, a las esquinas abandonadas. Unos ojos en forma de desesperación, sincronizando sus pestañas con unas mejillas enrojecidas, labios entreabiertos.

Y respiró profundo. Sin embargo no pudo, se quedó atascado, a medio camino, en tierra de nadie. En una lucha constante, en dejar de prestarle importancia hasta que le robaba el oxígeno. Hombros escondidos, espalda curva, la gravedad tiraba con todas sus fuerzas mientras que la suya era exiliada de su pecho. Ajeno todo lo que giraba a su alrededor, una lluvia interna constante, granizo rompiendo sus ventanas, el agua se colaba por sus umbrales, inundaba el alféizar y se penetraba en el parqué.

Estalló y todos se preguntaron por qué.

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