21 de marzo de 2016

Cuando llueve y te preguntas dónde.

Llovía. 
Aunque no sabía si fuera, o dentro. 
Gotas caían pos sus muslos, y desde arriba unas grotescas vistas. Lo giró hacia la izquierda, rojos, sus hombros solo imitaban. Poca luz; gris y naranja eran contrarios y aún así tocaban una de las melodías más tristes del mundo. Juntos chocaban contra el suelo de madera y desteñían los azulejos. Y ella, una de las compositoras más anónimas jamás conocida, frotaba las cuerdas que permanecían rotas sobre su costado. El vapor lloraba al cristal; al espejo, pedía clemencia. Todo flotaba y una vez volvía el frío se condensaba sobre su cabeza. Mojada la lluvia cubría su desnudez. Esta misma extendía sus manos y acariciaba las partes más delicadas, las más ocultas. Ella lo notaba y dejaba trabajar a su vieja aliada. El calor se iba poco a poco, mientras la humedad obstinada construía cobijo entre enjutas. Se iría oxidando, pero de momento todo iba bien. 

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