22 de abril de 2018

Los finales van a acabar conmigo.

Estoy estresada, y no me acuerdo de cuánto tiempo llevo así. Poco a poco se van acumulando todas mis preocupaciones tras mi nuca y se van turnando, diciéndome cosas al oído. Para ya, déjalo. Es inútil, no sigas. Sabes que no puedes, sabes que al final siempre te quedarás a medio camino. Me pregunto cuándo llegará la parte en la que pueda disfrutar de lo que hago. ¿Cuándo vamos coger con ganas un lunes? Este sol me enferma, y mi habitación me mata. Abro la ventana pretendiendo que entra más aire, que de alguna manera este cuarto es más grande. Aún me ahogo por las noches. Tengo pesadillas donde me persiguen mis obligaciones y yo trato de difuminarlas con los dedos. Ellas corren mientras yo trato de volar, y después caigo al suelo. No siento dolor físico, pero sí en otros sitios. Me despierto y, una vez más, tengo las rodillas rasgadas y me falta el aliento. Así que no vuelvo a dormir, me da igual lo pronto que sea. Me siento y pienso cómo terminar con todo esto, pero siempre hay alguna luz intermitente, algún mensaje que me trae de vuelta. Quiero apagarlo todo, desconectar y salir a correr un rato. Y la otra parte de mi me repite que no sea cobarde. ¿Yo puedo? ¿De verdad? Se me olvida todo, y no sé por qué. Voy a suspender y cuánto más me esfuerzo más me doy cuenta de que en realidad no sé nada. No sé hacer nada. 

Joder por qué nadie me escucha. 

Por qué somos todos tan egocéntricos.


merci, merci, merci

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