16 de enero de 2015

Quince de enero de dos mil quince.

Caían al suelo, poco a poco, diciendo adiós.
La brisa les acompañaba, a veces hacia arriba, otras hacia abajo.
Caían, poco a poco, agarrándose a las pequeñas motas de polvo que flotaban en el aire.
A lo lejos se oían risas, gente feliz.
Un olor a verano se colaba entre el asfalto y el sol.
Asfalto, duro, oscuro, acercándose.
El sol, infinito, lejano.
Traté de contenerlos en mi mano, eran frágiles.
Se deslizaban entre mis dedos.
Lágrimas.
Finalmente colapsaron contra el suelo.
Mis sueños estaban rotos.



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