Carta para mi tristeza.
De todas mis amigas, la más fiel, la más sincera. La que mejor me escucha.
Antes pensaba que era una persona triste, de ojeras genéticas y cejas tensas.
Luego pensé que no, todo son épocas.
Finalmente, entendí que sí, la tristeza siempre está ahí, es una idea, una nube que flota sobre mí. A veces me llueve, o cojo una pajita y la bebo a sorbitos. No es temporal, no es un estado, es algo que está ahí, un manantial al que me zambullo, que visito con mi barco, que hidrata mis labios. Los días de regla me inunda más de la cuenta, pero es imposible no visitarla el resto de meses, es imposible no tirar mis redes y cazar.
Hoy siento una tristeza inmensa, pero el agua no me llega hasta el cuello. Tengo los ojos entrecerrados, alimentando con agua salada la dulzura de mi lago, y ahora es que parece un océano. Siento una tristeza inmensa, de la que saldré nadando, pero con paciencia. No es una tristeza rotunda, no es definitiva, no me ciega. Pero es inmensa, fría y levanta la niebla. Miro a todos lados, no sé a dónde ir. Sigo nadando, estoy bien. Pero tengo que salir de aquí. Mis brazos se cansan, mis dedos se arrugan, el frío que acecha. No sé a dónde ir.
Camus, quiero ser quien levantaba la piedra y aprendió a ser feliz. Pero no entiendo, por qué hay una piedra, por qué hay que empujarla. Por qué no nos subimos encima, alzamos la vista, dibujamos el horizonte. Por qué la tristeza está siempre ahí, por qué no es un estado, por qué no es cuestión de genética.
Por qué no se puede escapar, por qué siempre nos persigue, por qué siempre la visitamos. Es como el agua, que alimenta, que nutre y da vida, pero que ahoga, aprieta y enfría. Es como el agua que si quieres floreces, que si no te encharcas. Es como el agua que entra por la boca, que sale por los ojos.
Es algo que cambia, que se transforma, pero siempre está ahí.
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