Pero lo que merece la pena es ver los colores más saturados. El sol que calienta, que roza mi piel, que acaricia y que besa cada poro. Es una luz que ciega, que miro con los ojos entre cerrados. El azul del cielo es azul azul, y me quedo en cada nube, preguntándome cómo siendo tan esponjosas y aparentemente ligeras, pueden llegar a pesar lo que pesan en realidad.
Como el peso que llevo conmigo. Aparentemente ligero, paseo tan tranquila, mi espalda erguida, las escápulas contraídas. No pesa tanto, aunque si me parase a pensarlo, podría agotarme solo pensarlo. Como una nube que llevo a mis espaldas, a veces me eleva, me da oxígeno. Otras me derrota, me rindo.
Pero con los años voy viendo mejor. Y sintiendo más. Hay nubes, pero no hay niebla.
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