El frío se colaba entre capas de ropa, manos se hundían en las mangas de una chaqueta no muy útil. El frío, y sus pensamientos, lo único que podía permitirse. Se preguntó como había acabado así, en la calle. Qué fue lo que le empujó por la puerta, quién le hizo cerrarla de un portazo y por qué estaba abandonándolo todo de esa manera. Y vio a la gente, todos viviendo, respirando los mismos minutos que él, pero de maneras distintas. Y suspiró, para después acoger el aire entre sus pulmones de nuevo. Pero no logró nada. Pensó en lo que había dicho, y en lo que quisiera cambiar. Pensó en sus errores y el peso que encorvaba sus hombros. Una lágrima y el suelo chocaron de pura casualidad.
Alcohol. Los recorría de arriba a abajo, cóntandoles mentiras, obligándoles a soltar verdades. Vagabundos, pero jóvenes y con miles de exámenes por delante. Se tambaleaban de bar en bar, dejándose convencer por los precios de un trozo de plástico, mezclando sus promesas en cristal. Todo daba igual, el mundo no existía más allá de sus ombligos. Y así estaba bien, todo iba bien. Pasos en falso jugaban una mala pasada y veían como el dinero se filtraba en la ropa de otros. El vodka y una camisa chocaron, una vez más, por casualidad.
Nadie se lo esperaba. Cuando todo se hizo caos y silencio a la vez. Cuando algunos no pudieron continuar sus comienzos, acabar lo que habían empezado, o simplemente seguir existiendo. Cuando todo se volvió negro, y no fue culpa del atardecer. Cuando algo explotó. Y sus vidas chocaron, por pura causalidad.
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