10 de diciembre de 2012
No supe que llovía hasta que noté el sabor de la lluvia en sus labios.
Cinco minutos habían pasado desde la última vez que nuestras miradas coincidieron. A cada segundo mi piel se erizaba más, quizás fuera por el frío, o quizás fuera la sensación de estar flotando cuando estaba cerca de él. Todo mi mundo se resumía a el chico que ahora sonreía hacía el suelo. Sus perfecta sonrisa, con ese diente fuera de su sitio, era una de las cosas que estaría dispuesta a ver el resto de mi vida. ¿Qué me estaba haciendo? Prácticamente, me había olvidado de como caminar, y el oxígeno se acumulaba en mi pecho de forma que tuviera que expulsarlo intermitentemente y con dificultad. Sentía como si el corazón se me hubiera paralizado pero siguiera latiendo a mil por hora. Volví a girarme y esta vez nos encontramos. Yo sonreí, y él pronunció mi nombre, ¿como conseguía que algo tan común pareciese poesía cuando el lo decía? Metí las manos en los bolsillos para que no pudiera ver como temblaban, y asentí. Poco a poco se fue acercando, hasta acabar en una distancia peligrosa. El aire frío que ambos respirábamos se mezclaba frente a nosotros y el olor de su colonia se hizo presente en él. Alargó la mano hacia mi cara y recogió unos mechones detrás de la oreja. Una parte de mi sabía lo que iba a suceder, pero otra me decía que era algo demasiado bueno como para estar pasándome a mí. Se mordió un labio inseguro de lo que iba a hacer, aunque ya no había vuelta atrás. Dio un pequeño paso más. No me di cuenta de que llovía hasta que noté el sabor de la lluvia en sus labios.
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